Para los peces migratorios, los ríos son como caminos y avenidas. Para completar su ciclo de vida, los peces dependen de la conectividad, es decir de la posibilidad de desplazarse de un lugar hasta otro. También necesitan el pulso del río. Un río vivo tiene un flujo natural, con picos en la época de lluvias que dan al pez el señal para iniciar su migración reproductiva o entrar al bosque para alimentarse. Si esta señal no llega, el pez no migrará y no completará su ciclo de vida.
Los peces migratorios se mueven por los ríos, bajan y suben en migraciones longitudinales. Algunos se mueven también entre río y planicie de inundación, realizando migraciones laterales. La conectividad entre “río abajo” y “río arriba”, y la conectividad entre río y bosques inundados son imprescindibles para que los peces puedan seguir migrando, como lo han hecho los anteriores millones de años.
La multiplicación de obstáculos, como las represas, y los cambios en la dinámica hidrológica debidos a las actividades humanas comprometen la conectividad y generan fragmentación, impidiendo la migración de los peces. Además, un estudio reciente publicado en la revista Nature por un grupo de científicos americanos y brasileños ha confirmado que el impacto de las represas que están por construirse en la cuenca amazónica será mucho mayor que simplemente perjudicar la migración del dorado. Las represas no solo retienen peces, sino también sedimentos y nutrientes, que son, podemos decir, “alimentos” para el pulsante amazonas. Los sedimentos son como el cemento de la Amazonía, mantienen el paisaje de la región: sus meandros, sus curvas, sus lagunas, formando la diversidad de hábitats para la rica fauna y flora de la Amazonía. Y los nutrientes son como la base del ecosistema.
Si todos los países amazónicos siguen adhiriéndose a sus intenciones de construir más y más represas, es probable que la Amazonía como la conocemos hasta ahora, como un río lleno de vida que da alimento a la gente que vive cerca a ríos, desaparezca o se debilite enormemente.